domingo, 24 de noviembre de 2013

Dile a tu libertad, que me devuelva mis cadenas.


Siempre pensé que el amor radicaba en la libertad. En quitar plumas de tus alas para ayudar a entretejer las ajenas.
Amaba profundamente mi manera de fluir. No soportaba sentir cadenas en mis pies.
Me excitaba el peligro, el caos. Sufría de una sed insaciable por probar. Por ir siempre más allá de los límites.  Olvidar las virtudes y conocer los defectos. Ese era el trato de mi irreverencia. Inclinarme ante mis pecados y explorar a fondo el ser. Deleitarme ante él y embriagar mi alma de placer sin importar qué.
Así debía ser el amor; libre, caótico, profundo. Y así era el amor que sentía por Marco. Su insolencia me atrapaba en un mundo lleno de filosofía y sexo. Disfrutábamos la noche como dos vampiros que salen en busca de su víctima y sienten el éxtasis de la lujuria.
Yo sabía que él me amaba y yo no dudaba de mi amor por él; pero eso no era impedimento para divertirnos. Al contrario, nuestro amor gozaba de una malicia y una perversión que nos dotaba de diversión excesiva. A veces demasiado.
No sé en qué momento no pude controlarlo más. No sé en qué momento olvidé lo que era ser libre o de pronto lo tergiversé por libertinaje. Gastamos nuestras alas y se nos olvidó tejerlas. Las ensuciamos con otros perfumes. Para mí nunca iba más allá del momento. Para Marco sí. Y hubo una chica en especial, la cual trascendió más allá de esa noche de descarrío. Trascendió varias lunas y yo tenía que dormir con el olor de su sexo en mi almohada.
No lo resistí más. Mi necesidad de dominio clamaba por poder. Mi alma libre se sentía débil al no tener el control ni la atención de quién amaba. Era mi juego pero se habían saltado mis reglas. Invité a Blanca y a Marco a una botella de tequila y una noche de esas que solíamos tener. Nos bañamos en aceite y devoramos nuestros cuerpos como si fuera la última vez. Y lo fue.
Envenenada en odio y amor. Celos e impotencia. Mezclé el aceite con gasolina. “El fuego arrasará con todo o avivará las cenizas” Pensaba. Y justo cuando nuestros cuerpos estaban tan resbalosos como una gelatina a causa del aceite; Me paré a sacar un cigarrillo de mi bolso mientras ellos hacían el amor salvajemente. Lo encendí y deje caer el encendedor que mantenía su llama viva sobre la cama.


Esa noche recobré mis alas. Su libertad me había devuelto mis cadenas.

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