Siempre pensé que el amor
radicaba en la libertad. En quitar plumas de tus alas para ayudar a entretejer
las ajenas.
Amaba profundamente mi
manera de fluir. No soportaba sentir cadenas en mis pies.
Me excitaba el peligro, el
caos. Sufría de una sed insaciable por probar. Por ir siempre más allá de los límites.
Olvidar las virtudes y conocer los
defectos. Ese era el trato de mi irreverencia. Inclinarme ante mis pecados y
explorar a fondo el ser. Deleitarme ante él y embriagar mi alma de placer sin
importar qué.
Así
debía ser el amor; libre, caótico, profundo. Y así era el amor que sentía por
Marco. Su insolencia me atrapaba en un mundo lleno de filosofía y sexo.
Disfrutábamos la noche como dos vampiros que salen en busca de su víctima y
sienten el éxtasis de la lujuria.
Yo
sabía que él me amaba y yo no dudaba de mi amor por él; pero eso no era
impedimento para divertirnos. Al contrario, nuestro amor gozaba de una malicia
y una perversión que nos dotaba de diversión excesiva. A veces demasiado.
No sé
en qué momento no pude controlarlo más. No sé en qué momento olvidé lo que era
ser libre o de pronto lo tergiversé por libertinaje. Gastamos nuestras alas y
se nos olvidó tejerlas. Las ensuciamos con otros perfumes. Para mí nunca iba
más allá del momento. Para Marco sí. Y hubo una chica en especial, la cual
trascendió más allá de esa noche de descarrío. Trascendió varias lunas y yo
tenía que dormir con el olor de su sexo en mi almohada.
No
lo resistí más. Mi necesidad de dominio clamaba por poder. Mi alma libre se
sentía débil al no tener el control ni la atención de quién amaba. Era mi juego
pero se habían saltado mis reglas. Invité a Blanca y a Marco a una botella de
tequila y una noche de esas que solíamos tener. Nos bañamos en aceite y
devoramos nuestros cuerpos como si fuera la última vez. Y lo fue.
Envenenada
en odio y amor. Celos e impotencia. Mezclé el aceite con gasolina. “El fuego
arrasará con todo o avivará las cenizas” Pensaba. Y justo cuando nuestros
cuerpos estaban tan resbalosos como una gelatina a causa del aceite; Me paré a
sacar un cigarrillo de mi bolso mientras ellos hacían el amor salvajemente. Lo
encendí y deje caer el encendedor que mantenía su llama viva sobre la cama.
Esa
noche recobré mis alas. Su libertad me había devuelto mis cadenas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario