jueves, 15 de agosto de 2013

Caer y recaer.

No sé cuál sería la canción adecuada en este momento y a esta hora para empezar a viajar entre letras.
No sé cuál sería el momento adecuado para empezar a soltar la cuerda y dejarme caer.
Caer no siempre tiene que ser malo. Puedo caer en tu cama y la caída sería agradable o al vacío y sentirme tan llena. Tan plena. Mientras caigo estirar mis brazos y sentir el aire, el espacio. Nada más a mí alrededor más que las nubes, de humo. Que los recuerdos haciendo un remolino por mi espalda y mojando un poco mis ojos. No son sólo mis ojos los que se mojan cuando te recuerdo.
Soledad, ella, tan grande, tan chica, tan polifacética igual que yo. Tan comprensiva y tan nociva. Tan extenuante, exagerada, exacta, exacerbante. Que me exalta cuando me exige que encuentre el lugar exacto para soltarlo todo y dejarme ser. Ex, ex, ex. Todo lo que pudo ser y ya no fue. Tatuado en mi mente el hecho de que el hubiera no existe. Pues si ya no fue no es y si no es, es porque era mejor que no fuera.  En todo caso, soledad toca a mi puerta a invitarme a bailar con la nostalgia. Y cuando me hundo entre ella es cuando me doy cuenta de que estoy cayendo. Y caer se siente bien. Caigo desde lo más alto desde donde me encuentro, caigo para poder llegar hasta lo más hondo del fondo y luego, poder impulsarme lo más arriba que pueda. Para repetir el ciclo.
A veces mis palabras tienen  pena, o miedo, o quizá sólo están cansadas, agotadas. Les doy tanto peso que quiebro sus piernas y luego ya no pueden sostenerse. Y ellas también caen.
Y es en esa lluvia de letras en la que empapo mi alma. Salgo sin paraguas y abro la boca mirando hacia el cielo. Esperando poder retener en mi lengua tantas letras como sea posible. Para empezar a hacerte un poema. Que empiece en mi lengua llena de abecedarios y sueños y termine entre tus piernas. Donde se tergiversa la realidad y ya no sé si estoy aquí o allá. A veces confundo estar despierta con estar soñando. O la realidad es muy puta o los sueños muy utópicos. Y además, mi verdadero problema radica en estar enamorada de los momentos efímeros. De su fugacidad. De la capacidad que tienen para desvanecerse ante mí. De su magia.
Digo magia porque brillan pero además desaparecen de la nada. Y siempre corro la cortina tratando de encontrar el truco. Pero no lo hay. Detrás de ella sólo está ese cementerio de momentos rotos que nunca vuelven a ser el mismo. Pero con cada uno que muere, nace otro nuevo. La otra vez una sirena me contaba que dan su vida por los otros, se sacrifican para hacer una cadena de momentos fugaces. Por eso debes dejarlos morir. Porque su muerte trae vida en la espalda.
Es sólo que a veces es difícil entender eso. Que alguien de su vida por otro. Que muera para generar o para tal vez renacer en otro lugar. Quisiera poder guardarlos todos y revivirlos cada vez que me de la gana. Pero ya que no puedo, a ellos también los dejo caer.
Me preguntó que habrá al final del vacío. Cuando termine de caer. Un paraíso de momentos, letras y personas felices porque por fin están en la nada, o sólo un basurero de recuerdos que nadie quiere recordar.
Mientras caigo y logro saber que hay al otro lado. Cierro los ojos y respiro. Es la cosa más sencilla y efectiva que me han podido enseñar. Me lo enseñó un hada que tenía las alas rotas y cada vez que quería elevarse la realidad la devolvía de un puño al suelo. Cuando se tomó su tiempo para cerrar sus ojos y respiró. Vio colores que nunca había visto. Caleidoscopios que la cegaban ante su hermosura. Pero la ceguera no era problema, porque miraba hacia adentro. Donde no importaba ser ciego si no frío.  Sintió el viento acariciar suavemente sus mejillas, cómo el aire entraba despacio y llenaba sus pulmones de aire. Mientras se llenaban, su mente se llenaba a la vez de ilusiones. Tenía tráfico de pensamientos pero al hacer esto puso semáforos en las calles de su mente. Y luego cuando soltaba el aire, junto con él se iban todos esos peatones atrevidos que no respetaban el “Pare”, todos los autos averiados que dejaban a su paso una nube de humo tóxico.  Y las calles empezaban a fluir un poco mejor y ella a reconstruir sus alas. También fue ella quién me enseñó que el amor es la fuerza más poderosa. Por eso quieren que odies, porque si amas te haces fuerte y puedes tejer tus alas de nuevo. Y volar. Y flotar.

Flotar como las burbujas que hacía cuando me levantaba enredada entre tu pelo y el frío de la mañana. Flotar como las medusas que van por ahí tranquilas en el mar pero venenosas. Flotar como flota un globo que está inflado. Porque en este momento, cayendo paulatinamente, me siento como ese globo. Sólo que en vez de estar inflada de aire estoy inflada de vida. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario